Cidade, maravilhosa?

quinta-feira, 15 de abril de 2010

El inclemente temporal que azotó Rio de Janeiro en los primeros días de abril, pareció ser la respuesta irónica y brutal de la naturaleza a la falta de coraje de los participantes del 5º Foro Urbano Mundial. Ambos eventos acontecieron en la misma ciudad. La catástrofe se cobró decenas de vida, arrasó miles de precarias viviendas, convirtió las calles en descontrolados ríos y sembró pánico y caos. El Foro -que culminó una semana antes del desastre climático- concluyó con una escueta declaración, plagada de obviedades y generalizaciones, sin el más mínimo compromiso con las urgentes necesidades de las muchedumbres hacinadas en las desbordantes urbes del planeta y cada vez más indefensas ante la creciente irritación de la mamagaia.

La denominada Carta de Rio, lanzada a modo de declaración final por la conferencia urbana promovida por UN-Habitat, el Programa de las Naciones Unidas para Asentamientos Humanos, pide por ciudades más justas, democráticas, sustentables y humanas, sin dar el más minímo indicio de cómo avanzar de modo real y concreto en ese sentido.

Los participantes del Foro parecieron quedar atrapados en las mismas lógicas que acabaron con la vida de más de 200 brasileros y dejaron en total desamparo a varios miles, tanto en Rio de Janeiro como en la vecina Niteroi. Los foristas interpretaron que el flujo creciente de personas hacia las multitudinarias metrópolis "representa una oportunidad de cambio que debe generar una nueva perspectiva del concepto de derecho a la ciudad". Las víctimas del temporal habían creído algo parecido. Un mal día llegaron a la ciudad, esperanzados en hallar una chance de sobrevivencia y, al cabo de una vida miserable y agónica, terminaron encontrando muerte y desolación.

Punto de saturación
El documento final del Foro reclama gerenciamiento democrático, políticas inclusivas, combate a toda discriminación y voluntad política para que las ciudades sean accesibles a las futuras generaciones. Todo muy bonito, pero inviable. Las ciudades –especialmente las grandes metrópoles- han llegado a un punto de saturación en todos los planos.

Se acaba el agua, como en México DF; no hay más calles disponibles para el tránsito de autos, como en São Paulo; los rellenos de basura están al tope, como en Cali y Medellín; no hay más tierra urbanizable para nuevas viviendas, como en Rio de Janeiro; la seguridad ya es un bien escaso; colapsan los sistemas colectores de detritos y de drenaje de aguas de lluvias ; cada vez hay más gente y menos trabajo. Y por ahí va el listado de desgracias agazapadas detrás de las seductoras promesas de salvación que ofrecen las grandes ciudades.

Toda saturación marca un punto final, un límite. Y ese límite ha sido alcanzado y sobrepasado. Si para muestra basta un botón, tómate un minuto y medio antes de seguir leyendo estas líneas y échale un vistazo a este video. Lo que verás sucede todos los días en el metro y en los trenes de Japón. Y ya está empezando a reproducirse en São Paulo, México DF, Nueva Dehli.



Aunque parezca increíble, la Carta de Rio asegura que la segunda ola de urbanización mundial trae consigo una oportunidad para cambiar las cosas. Sólo si es para peor. ¿Cómo podrían cambiar las cosas para mejor con más gente en la misma cantidad de kilómetros cuadrados?

La megaciudad de Bombay (o Mumbai), en la costa oeste de la India, es una de las metrópolis más caóticas el mundo. La población ronda los 18 millones de habitantes y la mitad vive en favelas. Algunas de esas villas de emergencia, como la de Dharavi, concentran hasta 1 millón de almas. No hay redes de cloacas, falta el agua potable, los apagones son recurrentes pues la oferta energética es menor a la demanda, la polución alcanza niveles casi insoportables. Faltan calles para tantos autos y en las horas picos el tránsito se desplaza a un promedio de 12 kilómetros por hora. En trenes con capacidad para 1.700 personas se apretujan 5.000 pasajeros. Muchos se trepan a los techos de los vagones y centenares de ellos mueren por año en el intento de volver a casa.

Bombay se convertirá en el 2015 en la segunda ciudad más populosa el mundo detrás de Toquio, reuniendo unos 22 millones de habitantes, 4 millones más que hoy. ¿Quién puede entender que la llegada de esa nueva muchedumbre mejorará la vida de todos?

Caminar en la contramano
Las ciudades no tienen solución alguna. Ya es demasiado tarde, el cáncer ha hecho metástasis, se ha ramificado y así se ha tornado incurable. Rio de Janeiro continúa linda en muchos aspectos, pero ha dejado de ser la cidade maravilhosa que durante tanto tiempo fue. Simplemente porque el desatino de la voracidad materialista ha hecho que las ciudades dejen de ser “la casa grande” de todos -como la definían los griegos- y ya ninguna ciudad del mundo resulte maravillosa.

Mientras tú lees esto, millones y millones de desesperados caminan hacia su muerte persiguiendo la quimérica salvación que suponen irán a encontrar en las grandes urbes. En verdad, el verdadero camino es al revés, caminando en la contramano. Ha llegado la hora de dar un basta en la actual (des)organización territorial y partir para un proyecto de carácter racional.

Para eso se hace ineludible avanzar hacia un nuevo modelo de ciudades, que deberán ser creadas o recreadas fuera y lejos de los actuales conglomerados. A partir de la nada o de localidades ya existentes, impulsando modos de asentamientos pos-urbanos que limiten el consumo exagerado de materias y energías naturales. Serán villas ecológicas, ecoaldeas, ciudades de pequeño y mediano porte, donde las personas tengan residencia, trabajo y esparcimiento, con bastante autonomía en relación al mundo externo.

En esa escala infinitamente menor que las de las grandes ciudades, el proyecto podría respaldarse ensayando modelos de complementariedad y cooperación que reemplacen el paradigma de la competitividad, y coloquen toda y cualquier iniciativa social bajo el paraguas protector de la sustentabilidad.

Pero eso no será obra de ningún foro, ni partido, ni movimiento social de militantes políticos, que expresan los modos perimidos de una civilización en vertiginosa decadencia. La proyección de la nueva vida será obra de nosotros mismos, que deberemos cruzarnos, encontrarnos y establecer nuevas formas organizativas, que nos permitan encarar la actual transición y proyectar nuestra vida para el nuevo tiempo que se anuncia.
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