Congestionamientos quilométricos, polución sonora, contaminación del aire, aislamiento urbano, accidentes fatales, problemas de salud, alto consumo de combustibles fósiles, reducción de los espacios públicos, gastos incontenibles por parte del Estado, caída de la productividad, descenso de la calidad de vida.
Todo eso -y un poco más también- lo produce el automóvil. La joya intocable de la civilización urbana, el sueño de consumo predilecto de la sociedad de masas y uno de los fundamentos prácticos esenciales del modo de ser del capitalismo. A todo eso se le ha dicho NO en este 22 de setiembre, Día Mundial sin Carro.
Como viene ocurriendo desde hace poco más de una década, en unos 1.500 municipios de 44 países del planeta se convocó a sus ciudadanos para que durante todo un día los carros quedaran en sus garages y en su lugar se usara el transporte público colectivo o la bicicleta, el frágil medio de dos ruedas que es la alternativa más clara al uso del auto y la estrella pricipal de este creciente movimiento.
Es que hay demasiado carros rodando las calles del mundo y, ante el imparable aumento de la población urbana, el carro ha pasado a ser uno de los grandes problemas de la actual civilización.
Es por eso que los organizadores del Día Mundial sin Carro, reunidos en la ONG World Carfree Network, se congratulan con el paulatino crecimiento en la adhesión a esta particular jornada pero dejan claro que su objetivo “no es apenas un día de celebración y después retornar a la vida normal”. Sentencian que “una vez libres de los carros, son las personas quienes deberían permanecer libres” y señalan que “depende de nosotros mismos, de nuestras ciudades y de nuestros gobiernos ayudar a crear mudanzas permanentes en beneficio de los pedestres, ciclistas y otras personas que no dirigen carros”.
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