* Por Alú Rochya
¿Es la tragedia de Japón un adelanto de lo que vendrá? ¿Deberemos esperar por muchos “japones” en cualquier lugar del planeta? ¿Estos son los efectos del calentamiento global producido por la cultura materialista/consumista impulsada por el hombre dominador/productivista? ¿Acaso se trata de un cíclico reacomodamiento del globo que, en brutales vaivenes, se libera de energías negativas para continuar avanzando en su proyecto de evolución? ¿O es que está llegando, nomás, la hora del Armagedón, el apocalítico fin de la humanidad cuando Dios salvará a sus 144.000 elegidos y todo lo demás desapareceremos de un plumazo?
Si creemos que el apocalipsis llegará infalible en diciembre del 2012, lo mejor que hoy podríamos hacer es aplicar en nuestra vida particular el espíritu de Martin Luther King revelado en aquella inmortal frase suya: "aun cuando supiera que mañana el mundo se va a desintegrar, yo igual hoy plantaría mi manzano". Es decir, pensar que nuestras acciones amorosas y de armonización con la vida y la naturaleza tienen valor en sí mismas, independiente del misterioso devenir cósmico; sentir que resultará más feliz para todos si cualquier fin del mundo nos encuentra mejorados, sanados, con el alma limpia y curada, en paz con el mundo y con nosotros mismos. Entonces, manos a la obra, cuidemos del planeta y cuidemos de nosotros y de nuestros semejantes. Cada día más ecológicos, más espirituales, más amorosos, más éticos. Si en la batalla final no figuramos en la exclusivísima lista de los 144.000, que el acero de la espada que nos abrirá el pecho refleje los destellos de nuestra alma lavada, brillante y luminosa.
Si hallamos que todo es consecuencia directa del calentamiento por gases estufa, empecemos a actuar de manera práctica para revertir el dislate. Además de reclamar a los gobiernos y empresas presionándolos por la adopción de medidas puntuales para frenar el crecimiento contaminante de las actividades económicas, ensayemos nuevos hábitos en casa, con los vecinos, en la escuela, en el trabajo. Detectemos con que acciones nosotros mismos generamos o estimulamos, de manera directa o indirecta, la producción de dióxido de carbono (CO2). Por ejemplo, si comemos carne inducimos a la actividad ganadera que produce una enorme cantidad de gases estufa. Si atestamos las calles de automóviles poluímos insensatamente el propio aire que respiramos. Una vez certificadas nuestras acciones predatorias, ensayemos la inmediata corrección.
Si entendemos que todo es un proceso natural, averigüemos cómo viene ese proceso y acompañémoslo. Pautemos nuestra propia limpieza y sanación personal y proyectemos nuestra vida humana de modo a estar más armonizada con las demás expresiones de vida terráquea, con la vida mineral, la vegetal y la animal. Si se trata del fin de un ciclo en la vida del planeta sepamos advertir que nuestros gestos cotidianos pueden modificar –para bien o para mal- esa vida. Comprendamos que la Tierra es un organismo vivo que nos escucha, que rechaza nuestra agresión pero también celebra los mimos y cariños que le prodigamos. Estudiemos la tendencia en el comportamiento del planeta y tomemos algunas decisiones en salvaguarda de nuestra vida. Por ejemplo: si vivimos en áreas de riesgo adoptemos urgentes prevenciones, medidas prácticas y concretas, y no dejemos todo en manos del destino, que suele ser implacable con las menores distracciones.
Ponerle fin a este mundo
¿Calentamiento global? ¿Transformación natural? ¿Apocalipsis divino? Las opiniones, los estudios y los presentimientos se dividen entre esas opciones y tratan de anularse entre sí. Pienso que todo está vinculado, que todo tiene la misma raíz, que todo es parte del mismo proceso de evolución cósmica y que las respuestas más adecuadas son más o menos las mismas. O la suma de las respuestas para cada pregunta.
Cuando los mayas anuncian un final de los tiempos datándola en diciembre del 2012 no predicen un apocalipsis en sentido trágico. La fatídica palabrita viene del griego apokálypsis, que en esa lengua significa revelación. Y esto explica mejor las profecías mayas, cuyo espíritu nos revela el final de un ciclo de vida en toda nuestra galaxia (la Vía Láctea) y por ende en nuestro sistema solar y en nuestro planeta. Un alineamiento de los astros nos proporcionará mayor luz y eso iluminará más y mejor nuestra conciencia.
Más concientes de nuestro papel en esta pequeña y paradisíaca nave, estaremos en condiciones de organizar la vida entera de modo más justo y sustentable. En síntesis, un salto evolutivo que supere la actual civilización materialista-consumista, la misma cuyo delirio depredador provoca el calentamiento del globo, desdeña de los reacomodos naturales del planeta y convoca a todo tipo de apocalipsis sociales, culturales, económicos y climáticos.
El fin del mundo es, en definitiva, el fin de este mundo. Un fin que llega, simplemente, porque este mundo se ha verificado inviable. Un mundo donde todas sus especies -incluída la humana- se encuentran bajo amenaza de extinción no es precisamente un mundo vivible. Ese mismo mundo, controlado por un puñadito de terráqueos arrogantes, se niega a morir, a aceptar su inevitable final. Y por eso nos obliga a apelar a toda la creatividad disponible para echar puentes hacia los nuevos tiempos, por encima de los estragos y quebrantos que aún habrán de venir.
La organización de esta sociedad, sus fundamentos, sus acciones y su dirección ya no dan cuenta de las carencias, defecciones, limitaciones del planeta y de la propia humanidad. Urge la implementación de ideas, conceptos, políticas y prácticas totalmente nuevas que brinden respuesta a la altura de las necesidades de todos. O dicho de otra manera: urge que colaboremos -con el mejor espíritu y la mayor inteligencia- a ponerle fin a este mundo.
Ecología, transición, permacultura, sustentabilidad, post-urbanismo, espiritualidad, decrecimiento, cooperación, amor, son palabras claves en esa búsqueda. Para lo cual no disponemos de demasiado tiempo. Japón puede ser un aviso más, un mensaje invitándonos a asomarnos al horror del apocalipsis posible. Japón puede ser un espejo donde mirarnos y vernos tomar el destino en nuestras manos, hacer lo que debamos hacer para mudar el actual mundo en decadencia y conjurar así todo y cualquier apocalipsis. Estemos donde sea que estemos, sabiendo y sintiendo que Japón no es una isla del lejano oriente sino una foto posible de mi pueblo, de mi ciudad, de mi gente. Japón, no está allá lejos ni en el futuro, Japón es aquí y ahora.
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