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* Por Leonardo Boff

Hoy está ampliamente aceptada -y ya entró en
los manuales de ecología más recientes- la idea de la
Tierra viva. Fue propuesta por primera vez por el geoquímico
ruso W.Vernadsky en la década de 1920 y retomada en los años de 1970 con más
profundidad por J. Lovelock, y entre nosotros por J. Lutzenberger, llamándola
Gaia. Con esto se quiere significar que la Tierra es un gigantesco superorganismo que se
autorregula y hace que todos los seres se interconecten y cooperen entre sí.
Nada es dejado de lado, pues todo es expresión de la vida de Gaia, inclusive
las sociedades humanas, sus proyectos culturales y sus formas de producción y
consumo. Al generar al ser humano, consciente y libre, la misma Gaia se puso en
peligro. El ser humano está llamado a vivir en armonía con ella, pero también
puede romper el lazo de pertenencia. Ella es tolerante, pero cuando la ruptura
se vuelve dañina para el todo el conjunto, nos da amargas lecciones. Podemos
sentirlas ya ahora.
Todo el
mundo se está lamentando del bajo crecimiento mundial, especialmente en los
países centrales. Las razones aducidas son múltiples, pero para una visión de
la ecología radical, tal hecho resulta de una reacción de la propia Tierra ante
la excesiva explotación por el sistema productivista y consumista de los países
industrializados. La agresión al sistema-Tierra se ha llevado muy lejos hasta
el punto de que, como aseguran algunos científicos, hemos inaugurado una nueva
era ecológica: el antropoceno, en la que el ser humano, como fuerza geológica
destructiva, está acelerando la sexta extinción en masa, que está en curso
desde hace milenos. Gaia se está defendiendo, debilitando las condiciones de
ese mito arraigado en todas las sociedades actuales, incluida la de Brasil: el
crecimiento, el mayor posible, con consumo ilimitado.
Ya en 1972,
el Club de Roma se daba cuenta de los límites del crecimiento, que la Tierra no puede soportar
más. Necesita un año y medio para reponer lo que extraemos de ella en un año.
Por lo tanto, el crecimiento es hostil a la vida y hiere la resiliencia de la Madre Tierra. Pero
no sabemos ni queremos interpretar las señales que ella nos da. Queremos crecer
más y más, y consecuentemente consumir sin freno. El informe «Perspectivas
Económicas Mundiales» del FMI, prevé para 2012 un crecimiento mundial del 4,3%.
Es decir, vamos a sacar más riquezas de la Tierra , desequilibrándola, como demuestra el
calentamiento global.
El cáncer del crecimiento
La
«Evaluación Sistémica del Milenio» realizada entre 2001 y 2005 por la ONU , al constatar la
degradación de los principales factores que sostienen la vida, advirtió: o
cambiamos de ruta o hacemos peligrar el futuro de nuestra civilización.
La crisis
económico-financiera de 2008, que retornó en el 2011, refuta el mito
del crecimiento. Hay una ceguera generalizada, de la que no escapan ni siquiera
los 17 premios Nobel de economía, como se vió recientemente en su encuentro del
Lago Lindau, en el sur de Alemania. Excepto J. Stiglitz, todos estaban de
acuerdo en sostener que el marco teórico de la economía actual no ha tenido
ninguna responsabilidad en la crisis actual.
Por eso, ingenuamente postularon seguir la misma ruta de crecimiento, con
correcciones, sin darse cuenta de que están siendo malos consejeros.
Es
importante reconocer un dilema de difícil solución: hay regiones del planeta
que necesitan crecer para atender demandas de pobres, obviamente cuidando de la
naturaleza y evitando la incorporación de la cultura del consumismo; y otras
regiones superdesarrolladas tienen que ser solidarias con las pobres, controlar
su crecimiento, tomar solamente lo que es natural y renovable, restaurar lo que
han devastado y devolver más de lo que sacaron para que las futuras
generaciones también puedan vivir con dignidad junto con la comunidad de vida.
La
reducción del crecimiento es una reacción sabia de la propia Tierra que nos
envía este recado: "Olviden la idea desaforada del crecimiento, pues éste es
como un cáncer que va a corroer todas las fuentes de la vida. Busquen el
desarrollo humano de los bienes intangibles, que este sí puede crecer sin
límites, como el amor, el cuidado, la solidaridad, la compasión, la creación
artística y espiritual".
No creo
equivocarme pensando que hay oídos atentos a este mensaje y que haremos la
travesía anhelada.
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