* Por Josep Corbella
Flashback al 13 de marzo de
1989. Una nube de protones de alta energía emitidos horas antes por el Sol llega
a la Tierra. El escudo magnético del planeta desvía los protones y los envía
hacia la periferia del sistema solar. Pero el escudo tiene dos puntos
vulnerables, uno sobre el polo Norte y el otro sobre el polo Sur, y parte de
los protones consiguen entrar en la atmósfera. En los cielos de las regiones
polares aparecen auroras espectaculares. No sólo las características auroras
verdes que dibujan los átomos de nitrógeno en las capas altas de la atmósfera.
También auroras rojizas dibujadas por átomos de oxígeno en capas más bajas.
La tormenta solar
es tan intensa que en Canadá induce corrientes magnéticas a ras de suelo y
provoca sobrecargas en transformadores de alta tensión. En Quebec, donde el
invierno es muy frío, cae la red eléctrica y cinco millones de personas se
quedan sin electricidad durante nueve horas. Las pérdidas en el país se estiman
en 2.000 millones de dólares. En Estados Unidos y el Reino Unido, las redes
resisten pero las compañías eléctricas se encuentran con decenas de
transformadores inoperantes. Al hacer el balance de los daños, las agencias espaciales
comprueban que han perdido la comunicación de manera temporal con 1.600 naves y
satélites.
Regreso al 2012. Dos ciclos solares después, el Sol
vuelve a estar en una fase de actividad creciente, como en 1989. Escupe
burbujas de protones de alta energía cada vez con más frecuencia. La gran
mayoría no van dirigidas hacia la Tierra. Pero entre el 2 y el 4 de marzo dio
un aviso. Al margen de una interrupción de las comunicaciones por
radiofrecuencias que afectó a China, India y Australia, quedó en un susto.
De cara a los próximos meses, los especialistas en meteorología espacial -como
se llama la disciplina que estudia las tormentas solares- pronostican un
aumento de este tipo de fenómenos. "No podemos predecir cuándo llegará el
ciclo solar a su punto culminante ni qué intensidad alcanzará, pero está claro
que en estos momentos hay un aumento de actividad del Sol", informa Blai
Sanahuja, especialista en física solar y heliosférica del Institut de Ciències
del Cosmos en la Universitat de Barcelona.
También está
claro que la humanidad es hoy más vulnerable a las tormentas solares que en el
pasado. Si la gran tormenta de 1859 sólo inhabilitó instalaciones de telégrafo,
hoy una tormenta similar afectaría a redes eléctricas, telecomunicaciones,
satélites, líneas aéreas y en general cualquier tecnología basada en la
electrónica. "Las tormentas geomagnéticas suponen una seria amenaza para
nuestra sociedad altamente vulnerable y dependiente de la tecnología",
advertía Mike Hapgood, asesor del Gobierno británico sobre meteorología
espacial, el 19 de abril en la revista científica Nature.
Vista la
vulnerabilidad de tecnologías estratégicas frente a los cambios de humor del
Sol, sorprende la escasa capacidad que tienen los científicos para predecir
cómo evolucionará la actividad solar en los próximos meses. Si lo que ha
ocurrido en el pasado sirve de guía, la frecuencia de las tormentas solares debería
aumentar durante por lo menos un año más y el clímax del ciclo solar debería
registrarse en el 2013. Esta predicción, secundada por la NASA , se basa en que los
ciclos solares tienen una duración media de 11 años y los últimos máximos se
registraron en 1980, 1991 y 2002.
Pero "la duración de los ciclos solares puede oscilar entre 9 y 14
años", advierte Sanahuja. "Y como aún no comprendemos bien cómo se
genera el campo magnético en el interior del Sol, que es lo que origina el
ciclo solar, no podemos predecir con garantías cuánto durará el ciclo
actual".
Del mismo modo que no se puede predecir la duración del ciclo, tampoco se puede
predecir si se producirá alguna tormenta tan intensa como la de 1989, añade
Ignasi Ribas, astrónomo del Institut de Ciències de l'Espai (CSIC-IEEC) que
estudia los efectos de la actividad solar sobre las atmósferas de los planetas.
"Lo único que podemos hacer -explica- es extrapolar a partir de los
registros del pasado. Pero los registros del pasado son limitados, así que nadie
tiene una predicción fiable de lo que pasará en los próximos meses".
La
fiabilidad de la meteorología espacial es comparable a la que tenía la
meteorología atmosférica hace cien años, cuando los científicos aún no
comprendían bien la física de la atmósfera y los registros del pasado eran
incompletos. Sin modelos adecuados para describir el comportamiento de la
atmósfera, era habitual que los meteorólogos se equivocaran incluso en las
predicciones a corto plazo.
Una dificultad añadida para predecir cómo evolucionarán las tormentas solares
en los próximos meses es que "el ciclo actual es algo anómalo",
observa Ribas. "El último mínimo de actividad solar llegó un poco más
tarde de lo esperado y se prolongó durante dos años, que es más de lo
habitual". ¿Significa esto que el clímax también se retrasará? "No lo
sabemos".
Lo que sí saben los especialistas en meteorología espacial es que, si la Tierra se ve expuesta a una
gran tormenta solar, las consecuencias pueden ser graves. Todos los sectores
que dependen de tecnologías como las comunicaciones electrónicas, el
posicionamiento por satélite o el suministro eléctrico -en suma, prácticamente
cualquier sector- pueden verse afectados. Sobre todo en latitudes altas, que
son las más expuestas a las partículas energéticas solares que entran en la
atmósfera por los polos.
No es probable que una gran tormenta solar llegue en el ciclo actual, ya que la
probabilidad de que llegue en cualquier ciclo es baja. Pero "deberíamos
prepararnos para un episodio de meteorología espacial que sólo vaya a ocurrir
una vez cada mil años", argumenta Mike Hapgood en Nature recordando el
terremoto y el tsunami que el año pasado causaron la catástrofe nuclear de
Fukushima. "Esta área de la ciencia -concluye- se ha alejado de sus
orígenes en la astronomía y la ingeniería de comunicaciones y ahora se gestiona
mejor como un riesgo ambiental para la sociedad y la economía, al igual que
terremotos, volcanes e inundaciones".
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