* Por Alú Rochya
Una palabra sencilla y hasta ambigua como permacultura puede guardar en su significado profundo respuestas vitales a los interrogantes que plantea el anunciado e inminente fin del mundo.
La civilización materialista/consumista tiene sus días contados. Más allá de voluntarismos ideológicos que proclaman deseos de cambios con las mismas fórmulas obsoletas del pasado y de la irresponsabilidad religiosa que presagia livianamente definitivos apocalipsis, lo cierto es que el mundo actual llegará a su fin porque en su propia lógica encontrará su último límite. En breve, el saqueo del planeta que el hombre ensayó en los dos últimos siglos habrá acabado con todo lo posible de ser arrasado. A partir de ahí, al totalitarismo materialista sólo le restará consumirse a sí mismo.
El asunto es saber con qué y cómo se reemplazará el actual proyecto antropocéntrico/economicista y qué perfil asumirá la nueva era que se avecina. Ahí es que aparece la permacultura. Casi como una contracara de las lógicas devastadoras de la actual civilización que ignoró la finitud de los recursos planetarios y exilió al hombre del resto de las expresiones de la naturaleza. La permacultura es un sistema holístico que parte de la aceptación del todo como un todo y de la comprensión de ese todo como un único y diverso universo íntimamente ligado e interdependiente.
La ciencia de lo obvio
La permacultura podría entenderse en su esencia como un método de planificación que procura colocar la inteligencia humana al servicio de un orden terrenal que evolucione en armonía con el orden cósmico. El agua, la vegetación, el hombre, los demás animales, la tierra, el calor, los vientos, etc, dados de la mano y caminando juntos al compás de los ciclos de la naturaleza.
El día y la noche; el calor y el frío; verano-otoño-invierno-primavera; nacimiento, desarrollo y muerte son algunos de esos ciclos y movimientos organizados por la naturaleza que el hombre jamás consiguió controlar y mucho menos dominar. Lo obvio, entonces, sería que el hombre organizara su propio andar por este mundo, acompañando esos movimientos y observando ese acontecer en sí mismo, en su propio cuerpo, en su propia vida, en lugar de oponerse –inútilmente- a tan poderosas energías para intentar someterlas y disponer sobre ellas. Es por eso que algunos gustan de llamar a la permacultura como la ciencia de lo obvio.
La idea inicial germinó en la cabeza de los ecologistas australianos Bill Mollison y David Holmgren ya en la década de 1970. Primero fue permanent agriculture y después, expandiéndose más allá de lo agrícola, se autodefinió como permanente culture. Cuando la búsqueda de la sustentabilidad ecológica se extendió para la procura de la sustentabilidad de los asentamientos humanos, el término inicial encontró su síntesis: permaculture.
La idea inicial germinó en la cabeza de los ecologistas australianos Bill Mollison y David Holmgren ya en la década de 1970. Primero fue permanent agriculture y después, expandiéndose más allá de lo agrícola, se autodefinió como permanente culture. Cuando la búsqueda de la sustentabilidad ecológica se extendió para la procura de la sustentabilidad de los asentamientos humanos, el término inicial encontró su síntesis: permaculture.
Permacultura sería hoy algo así como un método holístico para planear, actualizar y mantener sistemas de escala humana ambientalmente sustentables, socialmente justos y financieramente viables.
Digamos que se trata de una cultura permanente del ambiente. Establecer en nuestra rutina diaria, hábitos y costumbres de vida simple y ecológicos. Un estilo de cultura y de vida en integración directa y equilibrada con el medio ambiente, involucrándose cotidianamente en actividades de auto-producción de los aspectos básicos de nuestras vidas como abrigo, alimento, transporte, salud, bienestar, educación y energías sustentables, tomando sólo lo necesario y repartiendo los excedentes.
Una revolución permanente
Ética y estética son palabras claves en la comprensión y aplicación de la permacultura. Un principio básico podemos encontrarlo en dos sencillas definiciones del propio Mollison. Una subraya que la única decisión verdaderamente ética es la de cada uno tomar para sí la responsabilidad de su propia existencia y la de sus hijos. La otra convoca a la belleza, cuando define la utopía de la permacultura como una tentativa de crear un Jardín del Edén.
Para tornar el concepto más claro, puede agregarse que la permacultura ofrece las herramientas para la planificación, implantación y mantenimiento de ecosistemas cultivados –en el campo o en la ciudad-, de modo a que tengan la diversidad, estabilidad y resistencia de los ecosistemas naturales. Alimento saludable, habitación, energía deben ser provistos de forma sustentable para crear culturas permanentes.
Para tornar el concepto más claro, puede agregarse que la permacultura ofrece las herramientas para la planificación, implantación y mantenimiento de ecosistemas cultivados –en el campo o en la ciudad-, de modo a que tengan la diversidad, estabilidad y resistencia de los ecosistemas naturales. Alimento saludable, habitación, energía deben ser provistos de forma sustentable para crear culturas permanentes.
Practicada ya en los cinco continentes y más de cien países, y aplicable tanto en grandes extensiones campestres como en diversos espacios urbanos (villas, aldeas, comunidades, jardines y hasta en humildes balconcitos), la permacultura puede convertirse en una silenciosa, fraterna y eficaz revolución que mude radicalmente la dirección nefasta que el hombre le ha dado a este mundo y abra las puertas a un modo de vida donde las necesidades materiales mínimas se resuelvan con mínimos costos, permitiéndonos, de tal modo, aplicar las mayores riquezas al cultivo permanente del alma.
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