* Por Alú Rochya
América del Sur, es hoy el área del globo que encabeza el preocupante ranking de concentración urbana con el 82% de sus habitantes residiendo en las ciudades. Pero ser el primero en una insana estadística no quiere decir ser el único. La superpoblación de las grandes conglomerados urbanos es una tendencia dramática en todo el planeta. Y las consecuencias -aumento de la pobreza y desvastadores impactos ambientales-, adquieren niveles catastróficos. El abandono del campo y la migración hacia los grandes centros urbanos es un proceso que se acentuará en las próximas décadas, principalmente en los países pobres y en vías de desarrollo, en lo que los expertos han dado en llamar la segunda gran ola de urbanización mundial.
La primera ola tuvo lugar en las últimas décadas del siglo 20 y pobló las urbes de los países desarrollados. Hacia 1900, había sólo 16 ciudades de más de un millón de habitantes, el 90% de la población del planeta vivía en el campo y apenas el 10% lo hacía en ciudades. En menos de un siglo, la mitad de los seres humanos pasaron a apiñarse en aglomerados urbanos, y hoy se registran más de 400 ciudades con más de 1 millón de personas y las proyecciones para los próximos 20 ó 30 años hablan de unos 5.000 millones de urbanitas sobre una población total de 8.000 millones de almas.
Agujeros negros
Hacia 2030, las ciudades de los países en desarrollo albergarían al 80% de la población urbana de la Tierra. Y la mayoría de los gigantescos socios del club de las megalópolis (ciudades con más de 10 millones) serán del Tercer Mundo. Aunque existen lecturas encontradas acerca de las derivaciones prácticas y posibilidades futuras de tal fenómeno, en lo que griegos y troyanos coinciden es en lo único cierto y comprobable: los datos alarmantes que arroja la realidad.
Federico Mayor, ex jefe dela UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) brinda una apretada síntesis: “La ciudad devora energía, agota las fuentes de agua, engulle alimentos y materiales y al mismo tiempo vomita desperdicios y se convierte en usina de contaminación. El medio ambiente que cerca la ciudad, al no conseguir proveerle los primeros ni absorber los segundos, termina por agotarse”.
Los mandatarios reunidos en la Cumbre de la Tierra, realizada en Rio de Janeiro en 1992, coincidieron en una advertencia crucial: la necesidad de promover cambios en los modos de producción y consumo a fin de que el desarrollo social y económico no resultare dañino para el medio ambiente. 18 años después, en la misma ciudad, el V Foro Urbano Mundial que se llevó a cabo en marzo del 2010 ensayó una cruel comprobación: las declaraciones bienintencionadas de los líderes mundiales no salieron del papel.
Como insaciables agujeros negros, hoy las grandes metrópolis se tragan 3/4 de toda la energía del planeta y producen 3/4 de toda la polución, mientras los bolsones de pobreza crecen, se extienden y se consolidan, en tanto la inseguridad y el caos colocan en jaque a la gobernabilidad. No es esto, exactamente, lo que ocurre en tu ciudad?
Un modelo insustentable
El tema central a la hora de diagnosticar el estado de las grandes ciudades es hoy la crisis de sustentabilidad por la que atraviesan. El desarrollo tecnológico se ha hecho infinito, facilitando y banalizando un modo de producción en el que se desecha y se renueva con prisa y sin pausa. Esa onda estimula un mercado sin límites de consumo y una ciudad sin límites geográficos en su demanda de energía. Una obvia irracionalidad, confirmada por la búsqueda desesperada de recursos naturales en regiones vecinas, revelando que la propia ciudad no logra autoabastecer su demanda voraz.
El manejo incompetente, ineficaz e irresponsable de los desechos de tan alto consumo impactan de manera negativa en el medio ambiente, reduciendo los recursos, produciendo flujos permanentes de contaminación y afectando la biodiversidad. Así, la ciudad no puede lograr su propia sustentabilidad porque, de hecho, elude una premisa básica: asumirse y entenderse como organismo vivo que se inserta en un medio natural con el que interactúa, al que modifica y con quien debe establecer una lógica y elemental relación de equilibrio como única garantía de sobrevivencia.
Una de las principales desarmonías entre ciudad y naturaleza gira alrededor del agua. Se calcula que el ser humano precisa de mínima unos 20 litros de agua por día para uso diverso. En Mozambique se usa, en promedio, menos de 10 litros por día; en Europa, se consume entre 200 y 300 por persona; ya un estadounidense disfruta de 575. Pero si ese estadounidense vive en Phoenix, los números son otros.

La ciudad de Phoenix, en el estado de Arizona, está situada en un bioma desértico, con escasa agua natural. Las lluvias en la región no pasan de 20 centímetros al año mientras en las regiones tropicales llegan hasta 400. Atendiendo a esa relación ciudad-naturaleza, podría suponerse que los casi 2 millones de habitantes de Phoenix se encuentran ante un dilema: mudarse, buscando climas más benéficos o bien tener un consumo módico del vital líquido. Sin embargo, la ciudad de Phoenix está repleta de piscinas con las que se procura amenizar el aire seco del desierto y el volumen gastado por persona sobrepasa los 1.000 litros diarios de agua. Qué te parece?
El desatino no acaba ahí. Un agravante lo eleva a niveles de estupidez: Phoenix se abastece esencialmente de aqüíferos. Estos son sistemas naturales de aguas fósiles subterráneas que tienen um límite de stock pues, como en el caso del petróleo, son reservas no renovables. Así, el desbalance entre la capacidad de las fuentes de aprovisionamiento y el descomunal consumo hace de Phoenix un verdadero paradigma de la insustentabilidad.
La ciudad de México-DF puede competir con Phoenix en materia de absurdos. México se levantó en un valle de 5 grandes lagos. Si algo sobraba era agua. Pero el avasallador proceso de urbanización que acabó reuniendo a más de 20 millones de personas se devoró los recursos naturales, incluída el agua. Al secarse todas las fuentes convencionales, se debió recurrir a los aquíferos subterráneos. La perforación de 6.000 pozos hizo ceder a la superficie y la ciudad se hunde lentamente, torciendo líneas férreas, ondulando autopistas, agrietando edificios, mientras las reservas subterráneas también amenazan con llegar a su fin.
El arquitecto y urbanista Alfonso Iracheta, integrante del Consejo Consultivo de UN-Habitat (Programa de la ONU para Asentamientos Humanos) , resume, perplejo: "Hoy, 20 millones de habitantes tienen que abrir uma botella de plástico para beber agua. México es uma ciudad lacustre que corre el riesgo de morir de sed”.
Atrapados, sin salida
Cada día las metrópolis amanecen con serios inconvenientes para administrar temas como el agua, la energía, la basura, aguas servidas y cloacas, contaminación del aire y del suelo, tránsito, espacios verdes, vivienda, obras viales, seguridad, salud, etc. El tema recurrente es la falta de presupuesto. La multiplicación geométrica de los gastos de los gobiernos municipales y la inequidad en la recaudación impositiva arman una ecuación desalentadora pues no hay presupuesto que aguante.
La ciudad brasilera de São Paulo nos brinda con un ejemplo interesante. El municipio ha llegado a establecer, con precisión, un presupuesto para aplicarlo en cuatro sectores cruciales de infraestructura urbana: transporte, obras viales, habitación y saneamiento. El número final es de R$ 175.656.775.081. Aproximadamente unos 100 mil millones de dólares. Es un número realista, ya que surge de la suma del costo de planes existentes y de soluciones que ya se conocen. Y al mismo tiempo es una fantasía porque todo ese dinero es igual a 7 veces el presupuesto anual de la intendencia de São Paulo. Hay ideas, sugerencias para conseguir parte de ese dinero. Cómo obtener el total, nadie sabe.
Es intención que poco más de 30 mil millones de dólares se inviertan en ampliación, modernización e interligación de trenes, subtes y estaciones, más un trencito expreso para el Aeropuerto Internacional de Guarulhos. La primera etapa estaría dedicada a terminar, en el 2025, la red básica del tren subterráneo, totalizando 163 kilómetros de vías.
Basta realizar unos cálculos mínimos para detectar el grado de irracionalidad y fantasía de tales planes. En 16 años más ya habrá toda una nueva generación de seres humanos en las calles de São Paulo, y los subtes paulistanos calculados para resolver los problemas de transporte de hoy, por entonces carecerán de la estructura necesaria para satisfacer la nueva demanda.
Si nos atenemos a los números del presupuesto, en principio, esa obra parece imposible de ser realizada. Pero más aún parece imposible de ser evitada, pues uno de los fundamentos es la necesidad desesperante de ampliar el transporte público porque simplemente no hay más espacio para nuevas avenidas ni autopistas que permitan soportar el tránsito de automóviles.
Si nos atenemos a los números del presupuesto, en principio, esa obra parece imposible de ser realizada. Pero más aún parece imposible de ser evitada, pues uno de los fundamentos es la necesidad desesperante de ampliar el transporte público porque simplemente no hay más espacio para nuevas avenidas ni autopistas que permitan soportar el tránsito de automóviles.
30 años atrás São Paulo tenía un parque automotor de 970.000 vehículos, que transitaban por casi 14 mil kilometros de vías pavimentadas en la ciudad. Hoy, el piso asfaltado es de unos 16 mil kilómetros y la flota automovilística ya superó los 7 millones de unidades, que producen congestionamientos que suelen estirarse por más de 280 kilómetros. Es decir, la ciudad está entre la espada y la pared.
El absurdo se presenta terco y con distinto ropaje. Según um estudio de la Secretaría de Estado de los Transportes Metropolitanos de São Paulo, la ciudad pierde por año unos 2 mil millones de dólares con congestionamientos. Hasta el 2025 restan 12 años. Una cuenta elemental (2 mil millones x 15 años = 30 mil millones) nos revela que lo que se pierde es igual a lo que se necesita para llevar adelante el plan de ampliación de líneas de trenes y subterráneos. El problema es que se ha llegado a un punto donde todo se enrieda y desatar los nudos se hace prácticamente imposible. Si se requiere un ejemplo del colapso, pues ahí está.
Los otros rubros ofrecen situaciones igualmente disparatadas. En materia de vivienda el plan registra el objetivo de urbanizar (agua, asfalto, luz, cloacas) 561.400 domicilios en favelas, loteamientos populares y conventillos. Nunca antes se trazó un plan con semejante número. El problema es que eso es menos de un cuarto de los 2,5 millones que necesitan urbanización. Sólo para atender ese cuarto del total se invertirá entre 12 y 16 años. Y el cálculo no incluye el déficit habitacional que hoy es de 620.000 viviendas y quien sabe a cuánto trepará ese número en 16 años más. Nada cierra.
En las actuales condiciones, con las políticas convencionales, no parece haber solución para las complejas problemáticas de las urbes. Apenas paliativos, aspirinas para tratar un cáncerq
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