Tras un paradigma pos-urbano

quarta-feira, 14 de maio de 2014



* Por Alú Rochya

Lhuella ecológica es un término creado por los ecólogos Mathis Wackernagel y William Rees, de la Universidad de British Columbia, Canadá, para denominar un indicador de sostenibilidad que marca los límites de la presión demográfica infinita sobre los soportes naturales finitos. Metafóricamente, la expresión se refiere a la marca que imprimimos y dejamos para atrás en nuestro caminar por el planeta. Compara los recursos naturales consumidos más los residuos generados a cada paso que damos o, más precisamente, a cada año, con la capacidad de la Tierra de absorver los residuos y generar nuevos recursos.

Con esa herramienta se calcula las hectáreas de territorio bioproductivo que son necesarios para generar todo lo que consumimos (desde la comida hasta la construcción de la casa) y asimilar lo que desechamos. Rees hizo la primera medición en la ciudad canadiense de Vancouver, donde la media de huella ecológica arrojó la cifra de 4,3 hectáreas por persona y por año. Sumando hoy más de 600 mil, los habitantes de Vancouver necesitan alrededor de 2.500.000 ha para soportar sus niveles de consumo. En tanto el área de toda la ciudad cubre apenas 11.400 ha.

Esto significa que Vancouver necesitaría un área 219 veces mayor a la actual. Como no dispone de esa área, precisa procurar su abastecimiento fuera de sus límites, en otras partes de Canadá y en otras partes del globo. Es decir que para mantener el nivel de consumo de sus habitantes, es preciso que otras regiones y hasta otros países extraigan materiales y energía de su propio suelo y se lo pasen a los vancouverianos. Puede entenderse, entonces, la extensión y profundidad del impacto ambiental que generan las actuales ciudades, en especial las del llamado Primer Mundo.

Si además se tiene en cuenta que la huella ecológica promedio del planeta se ubica cerca de las 3 ha y que la biodisponibilidad es de aproximadamente 1,8 por habitante, queda claro que se está extrayendo de la naturaleza a un ritmo mayor del que la naturaleza necesita para regenerarse. Y se evidencia la insustentabilidad actual del mundo, dominado por un modelo económico productivista, traccionado por un ideal de consumo materialmente imposible de ser realizado por todos.

Ciudad-mercadería, ciudad-empresa
La oleada neoliberal que globalizó los negocios hizo de la ciudad una variante más del modo de ser esencial del capitalismo: la acumulación de capital y el consumo de bienes y servicios. El veloz proceso de concentración verificado en la última parte del siglo XX se expresó también en la aglutinación de consumidores.

Si te detienes a pensar, podrás reparar que las ciudades de alta concentración de habitantes resulta funcional a ese modelo de producción, consumo y acumulación. Por qué? Porque significa más mercado, menos costos, mejor control de los comportamientos, mayor efectividad de la manipulación de deseos, gustos, tendencias, ilusiones. La ciudad se transforma así en un gigantesco mostrador comercial que puede servir a los objetivos del globalitarismo videofinanciero pero deja de servir a los ciudadanos, que apenas consiguen experimentar una ciudadanía limitada y de baja densidad.

Hacia finales de la década de 1970 comenzó a esbozarse un nuevo concepto urbanístico: planeamiento estratégico urbano. El rótulo hoy está bastante difundido por organismos multilaterales como el Banco Mundial, el BID, UN-Habitat e otros. Se estimula el crecimiento urbano a partir de considerar a las ciudades como “máquinas de producir riquezas”.

Y, en consecuencia, el principal objetivo del planificador es “aceitar la máquina”. Es en ese concepto neoliberal donde se reduce la ciudad a mera mercadería.

Urbanista y consultor internacional, Jordi Borja forjó su reputación como vice alcalde de Barcelona, imprimiendo a su gestión los conceptos con que él mismo define los que es una ciudad global: “...aquella que por su tamaño, por la importancia de su espacio regional, por la voluntad política que expresa, por la iniciativa económica y cultural de su sociedad civil y por sus posibilidades de desarrollo, es un centro nodal, competitivo a nivel global”.

Para Borja, la ciudad es como una empresa de proyección mundial. Los líderes del movimiento Eurociudades, que agrupa a los 50 centros urbanos mas importantes de Europa lo dicen con todas las letras y llaman a las grandes capitales de multinacionales europeas. Para José Chacon de Assis, presidente del Consejo Regional de Ingeniería y Arquitectura de Rio de Janeiro ese modelo “no parece contemplar debidamente los conocimientos, la creatividad y la experiencia inventiva de los movimientos sociales que se esfuerzan por construir una ciudad cívica, donde se pueda consolidar una verdadera cultura de los derechos”.

Barcelona ha devenido en ejemplo de ciudad del pensamiento único. La renovación impulsada para las Olimpíadas de 1992 fue presentada como un éxito a ser imitado. Hoy aquellos cambios son vistos como los factores decisivos para cristalizar la fragmentación urbana que padece la capital de Cataluña. Operaciones similares realizadas en París, Berlín, Bilbao y Lisboa son igualmente criticadas por expresar la concentración de poder y riqueza exigida por la globalización.


En la recta final del siglo pasado Buenos Aires, capital de la Argentina,  inició un proyecto en ese sentido que rediseñó la ciudad, creando zonas exclusivas para la residencia, los negocios y el esparcimiento de las clases altas, cuyo ícono es el complejo Puerto Madero. La renovación fragmentó la ciudad, vaciando los tradicionales escenarios urbanos de la clase media y empujando hacia la periferia y recluyendo en “guetos” a los sectores más pobres.

Es decir, la ciudad deja de ser el escenario donde todos actúan su vida e interactuán con los demás, para ser un lugar exclusivo a ser usufructuado por los adinerados.

En la búsqueda permanente de construir atractivas ofertas de mercado, la ciudad globalizada es una ciudad que abandona el pasado con facilidad y frecuencia. Y reconstruye el presente a imagen del presente hegemónico. La metrópoli se está rehaciendo constantemente; en la forma, la función, la dinámica y el sentido, pretendiendo la construcción de nuevos futuros. Se transformó en una ciudad líquida, que nunca consolida una identidad porque los negocios no tienen rostro, lengua, color, olor, cultura ni alma. Business is business.

Ciudadanos sin ciudadanía
Profesor de urbanismo en la Universidad Federal de Rio de Janeiro, Carlos Vainer critica a los catalanes y señala que la nueva cuestión urbana pasó a ser la problemática de la competitividad. “Ahora las ciudades pasan a competir por inversiones de capital, aportes de tecnología, generación de nuevos negocios y atracción de mano de obra calificada. Mientras cae en desuso la polis democrática se valoriza la city financiera”.

“La ciudad es una casa grande. La casa es una ciudad pequeña”. El axioma lo predicaban los griegos, entendiendo a la ciudad, a la polis, como algo más que un lugar geográfico. Para Aristóteles había tres tipos de área en la ciudad: pública, sagrada y privada. Y de tal modo, la ciudad resultaba en una esfera particular de la convivencia social, así como del modo de los hombres de estar en el mundo. Por tanto también de pensar y actuar; de expresarse y comunicarse; el modo de dar forma a ese mundo. La ciudad como un ámbito propicio a la realización plena del individuo y como una dimensión del espíritu con la cual se relacionan hasta las estructuras más secretas.


En el incesante proceso migratorio donde las personas abandonan el campo en dirección a los centros urbanos, un millón de personas se instalan en las ciudades del mundo cada semana persiguiendo esa utopía de vida. Sin embargo, tal modo de vida es cada vez más un deseo imaginario que una meta alcanzable, ya que las ciudades no garantizan mejoras directas para los recién venidos. María del Carmen Feijoó, oficial de enlace del Fondo de Población de la ONU en la Argentina defiende ese peregrinaje con dos datos ciertos y un enfoque ambiguo: "Si bien puede llamar la atención el deterioro en el que vive mucha gente, en las ciudades se tiene una sensación de ciudadanía que en el campo no”.

Más concreto resulta el documento Cities Transformed, un estudio encargado por la Academia de Ciencias de Estados Unidos. El informe presenta algunas certezas amargas. Admitiendo que muchas ciudades viven dinámicos procesos de crecimiento económico, atrayendo nuevos habitantes, señala que éstos no están obteniendo mejores estándares de vida que en sus orígenes rurales o de asentamientos pequeños.

El estudio señala que ahora los migrantes están más cerca de hospitales y escuelas, pero a menudo no pueden pagar tales servicios. Tampoco mejora la alimentación o la regulación de las enfermedades más virulentas, como el Sida. No se registran progresos en materia de vivienda, hábitat y salubridad. La globalización económica ha impuesto en las ciudades mercados muy volátiles, exponiendo a los habitantes urbanos de cualquier punto del planeta a los efectos de crisis periódicas. Así el trabajo se precariza y crece el empleo informal.

En el libro The Human Face of the Urban Enviroment (La face humana del ambiente urbano) Henry G.Cisneros traza un sintético y oscuro panorama: “Negados de toda posibilidad de acceder a una vivienda o un terreno en espacios urbanizados, los pobres pasan a habitar áreas en que los problemas ambientales son comunmente ignorados; donde el sistema de cloacas está deteriorado; donde el tratamiento del agua es inadecuado; donde las plagas infectan baldíos llenos de basura e invaden las casas; donde los niños comen desperdicios contaminados por sustancias tóxicas de fábricas abandonadas. Y lo peor: a pocos parece importarle algo de todo eso”.

Un modelo pos-urbano
Entre los expertos, gobernantes y pesquisadores se confrontan una diversidad de posturas, enfoques, ideas acerca de la ola urbanizadora que lleva legiones de peregrinos hacia las ciudades esperanzados en encontrar una dimensión civilizatoria que justifique el mismo hecho de vivir. Y también se debate acerca de la otra cara de la moneda que muestra ciudades desbordadas, colapsadas, que ni siquiera satisfacen a los millones que ya las habitan.


En la disputa de intereses surgen un sinfín de respuestas. Parciales, totales, técnicas, políticas. Y en la divergencia, una coincidencia se va imponiendo por su propio peso: la necesidad de alcanzar una organización urbana autosustentable.

La idea implica repensar el actual modelo depredador procurando un desarrollo de bajo perfil de energía y recursos naturales. Que satisfaga, simultáneamente, los criterios de viabilidad económica, utilidad social y armonía con el medio ambiente.

A partir de ahí, algunas ideas aparecen como lógicas. La primera es casi obvia: reducir la huella ecológica. Para ello se hace preciso impulsar fuertes acuerdos internacionales, orientados a ponderar mejor el equilibrio entre capital natural y capital financiero. También elaborar políticas que estimulen un consumo más frugal de las ciudades dispendiosas.

La segunda es encarar una reorganización territorial racional. Eso implica avanzar hacia un nuevo modelo de ciudad, impulsando modos de asentamientos pos-urbanos que limiten el consumo exagerado de materias y energías naturales. Ciudades de pequeño y mediano porte, donde las personas tengan residencia, trabajo y esparcimiento, con bastante autonomía en relación al mundo externo.

En esa escala infinitamente menor que las de las grandes ciudades, el proyecto podría respaldarse ensayando modelos de complementariedad y cooperación que reemplacen el paradigma de la competitividad.

Sea como fuere, lo cierto es que gobernantes y gobernados deberán decidirse a tomar el toro por las astas, reconocer que las ciudades que hoy habitan son invivibles por insustentables y desalmadas y encarar un proceso de transición pos-urbano que debiera concluir en el paulatino vaciamiento de las grandes urbes y el florecimiento de millares de ecoaldeas diseñadas a escala humana. No te parece? q
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