Brighton es una
pequeña ciudad de 160.000 habitantes, enclavada en la costa sur de Inglaterra,
a 1 hora de tren de Londres y codiciado destino turístico de unos 8 millones de
viajantes cada año. Mucho antes de ser conocida entre los ingleses como la London-by-the-sea
fue un pueblito de pescadores sajones que se fueron estableciendo a partir del
siglo 5. Recién a mediados de 1700 comenzó a ofrecerse como una alternativa de
descanso y reparación para cuerpos enfermos y fatigados hasta convertirse en el
cotizado balneario de estos días. Y el más notorio agente de esa transformación
fue el médico británico Richard Russel, quien le devolvía la salud a niños
pálidos, débiles y deprimidos con una terapia única, simple y de bajo costo:
baños de mar.
Russell
observó que las personas, y en especial los niños, que habitaban en los pueblos
costeros tenían en general mejor salud que los del interior. Era el caso, por
ejemplo, de la población de Brighton, donde finalmente él mismo se estableció
para desenvolver mejor lo que vendria a ser llamado como talasoterapia, que no
es otra cosa que la utilización com fines terapeúticos del aguar de mar, el bioclima
marino, la arena, el sol y las diversas
sustancias y productos de origen marítimo como lodos, algas, yodo, sales y
placton entre otros.
En rigor de verdad,
Russel volvió a iluminar lo que el oscurantismo de la Edad Media había
ocultado. En prácticamente todos los lugares y en todas las épocas se ha
considerado que el mar tiene el poder de proporcionar fortaleza. Los héroes de
las epopeyas de Homero, por ejemplo, salían del mar plenos de energía. Los
médicos de la antigüedad, desde el padre griego de la medicina, Hipócrates,
hasta Avicena, pasando por Celso y Galeno explicaron las virtudes terapéuticas
del mar y lo recomendaron fervorosamente para recuperar la salud perdida.
Y esa
recomendación se ha visto fortalecida en estos tiempos por parte de médicos
expertos en enfermedades reumáticas, traumatológicas, dermatológicas, del
sistema respiratorio o del sistema venoso y linfático que vienen llevando
adelante una puesta en valor de las curas marinas.
A continuación
podrás apreciar algunos beneficios a tener en cuenta, que se convierten en saludables
razones para que incluyas en tu agenda “obligatorias” visitas a la playa, exponiéndote
al sol, la brisa marina, el agua salada y la tibia arena la mayor cantidad de
veces y duración posibles, haciendo tu propia telasoterapia:
Menos estrés
y mejor sueño. La ionización negativa de la brisa marina aumenta los niveles de
serotonina, con lo que comienza a disminuir los niveles de ansiedad. El
ejercicio físico que se realiza durante la natación, favorece el
enlentecimiento del ritmo cardíaco, una mejor oxigenación de los tejidos y
mejora la circulación periférica. Además el sol y el calor tienen efectos
sedantes, por lo que tras un baño, la fatiga acumulada por el esfuerzo facilita
la relajación y la inducción al sueño.
Relajación
muscular. El golpeo rítmico del oleaje contra nuestro cuerpo cuando caminamos,
saltamos o rompemos olas actúa a modo de masaje relajante y a la vez energizante.
La disminución de los efectos de la ley de gravedad hace que el peso de nuestro
cuerpo disminuya, y eso permite que podamos mover rodillas y cadera con una
carga menor, lo que beneficia la nutrición de los cartílagos, a la vez que evitamos
cualquier daño. También tendremos el beneficio provocado por mejorar el retorno
venoso y realizar un buen drenaje linfático, todo ello debido a la mayor presión
que hay dentro del agua.
La química
natural. Al contrario que el agua dulce, el agua salada tiene una composición
mucho más compleja y de hecho adquiere su característico sabor salado por la
alta concentración de sales minerales que están disueltas, rica en cloruros,
sodio, magnesio, calcio, potasio, yodo, etc. Esta riqueza mineral aporta
diferentes efectos sobre el organismo, entre los cuales se destaca la acción
antialérgica sobre la piel y el aparato respiratorio; la acción
descontracturante muscular; la relajación del sistema nervioso; la reactivación
circulatoria de los tejidos; el efecto antioxidante para paliar el
envejecimiento de la piel; la acción oxigenante a nivel celular; la fijación
del calcio en procesos de osteoporosis; la mejora del ritmo cardíaco y la
mejora de la función muscular.
La brisa aliada
de los pulmones. La brisa marina actúa como una especie de aerosol o spray
natural muy rico en yodo, perfecto para regular la glándula tiroides y por el
grado de humedad, ayuda a la expulsión de moco. Al respirar esta brisa marina el
ritmo cardíaco se hace más lento y mejora la circulación periférica, aumenta la
amplitud de los movimientos respiratorios, mejorando la ventilación pulmonar,
aumenta la hemoglobina y hematíes y fijación de oxígeno. El aire marino,
además, produce ozono de forma natural con propiedades bactericidas que también
previene enfermedades respiratorias.
Reconocer la
funcionalidad del cuerpo. Un simple paseo por la arena, a primera hora de la
mañana o última de la tarde, nos hace mejorar la propiocepción en las
articulaciones del pie, rodilla y cadera, lo que significa que nuestro propio cuerpo
va reconociendo sus capacidades y habilidades funcionales para producir mejores
respuestas a nuestra necesidades de movilidad. Simultáneamente se regenera la
piel de la planta de los pies, una protección clave pues pasamos gran parte del
tiempo erguidos. Y si la caminata la hacemos mojándonos las extremidades
inferiores, refrigeramos el organismo, ya que desde la planta del pie se bombea
la sangre hacia el corazón. Así, este paseo a un buen ritmo, es decir, a unos
5-6 Km/h, va a ir adaptando nuestro organismo y tonificando la musculatura de
piernas y muslos.
Ejercicios
físicos para el cuerpo y el alma. Aire, sol, sensación de libertad. En la playa, nos sentimos estimulados para realizar
ejercicios físicos que jamás encaramos en nuestra cotidianeidad. La actividad
física es el mejor medicamento para ayudar a quemar calorías y por tanto
reducir peso y prevenir la diabetes tipo 2 que, a menudo, está ligada al sobrepeso.
La práctica de ejercicios contribuye al bienestar psicológico pues se liberan
unas hormonas llamadas endorfinas que favorecen un buen estado general y un
mayor rendimiento intelectual. Se tiene más capacidad para concentrarse, para
hacer varias cosas a la vez, para planificar actividades y hasta para organizar
mejor el trabajo diario. También es estimulada la secreción por parte de las
neuronas de nuestro cerebro de un neurotransmisor, la serotonina, hormona
relacionada íntimamente con la emoción, la armonía y el estado de ánimo, y que
además regula el apetito mediante la saciedad. Y es un gran antídoto contra la
ansiedad y la depresión.
Ahh, y como
dice Juanito, si te toca llorar, es mejor frente al mar...
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