Menos inodoros, más celulares (???)

terça-feira, 28 de junho de 2016



Cada año, en todo el mundo, mueren unos 800.000 niños por diarrea -uno cada dos minutos- a menudo causada por la contaminación del agua por excrementos y en la mayoría de esos casos el dato clave es la defecación al aire libre, una práctica extendida en los países más pobres y más poblados que carecen de inodoros y letrinas en cantidad suficientes.

Además del problema sanitario, la evacuación al aire libre plantea un riesgo añadido para las niñas y mujeres, que al carecer de privacidad ven aumentado el riesgo de violaciones y abusos sexuales, como ocurre habitualmente en países como la India. Lo llamativo de esa degradante situación es que esas mujeres hacen sus necesidades con un celular en la mano. O sea, hay más celulares que retretes.

El registro es impactante, insólito, doloroso e obsceno. Y no es exclusividad de la India. El mundo entero tiene más celulares que letrinas e inodoros. La mala nueva nos la proporcionó tiempo atrás la Organización Mundial de la Salud. De los 7.300 millones de personas que habitan el planeta unos 6.000 millones disponen de, por lo menos, un teléfono celular en tanto apenas 4.500 millones cuentan con acceso a inodoros o letrinas donde poder depositar sus excrementos diarios.  Es decir que nada menos que 2.800 millones de seres humanos (equivalente a 7 Américas del Sur) simplemente no tienen un lugar para orinar o defecar sin riesgos de alta contaminación y padecimiento de enfermedades. 

A pesar de que el saneamiento es clave para la salud humana y medioambiental, así como para la oportunidad individual, el desarrollo y la dignidad de las personas, el progreso en este ámbito ha sido demasiado limitado y demasiado lento en el mundo, a tal punto que, según diversos indicadores, es hasta aquí el Objetivo del Milenio de la ONU con peores resultados. Ahora, la nueva meta es terminar con la defecación al aire libre antes de 2025. Ojalá se pueda cumplir.

Celulares no faltan
La cantidad de celulares usados por la humanidad estará, en breve, superando el número total de personas que pisan la Tierra. Que haya tal cantidad de móviles no resulta en sí misma una mala noticia. Por el contrario, un celular puede ser la diferencia entre la vida y la muerte en algunos casos, y en la mayoría podría ser una herramienta para alcanzar un futuro más promisorio. Bien usados hasta pueden resultar una eficaz herramienta en la lucha contra la pobreza.

Por ejemplo, WhatsApp, el servicio de mensajería que ahora pertenece a Facebook, se ha convertido en la aplicación más popular de la India, al ofrecer texto gratis y llamadas gratuitas en un lugar donde dos tercios de una población de mas de mil millones sobrevive a duras penas con 2 dólares diários. Y eso es posible porque las grandes empresas tecnológicas -en especial las estadounidenses- se han lanzado a ganar un inmenso mercado ofreciendo smartphones a menos de 4 dólares, facilitando una conectividad que abre puertas a pequeños negocios, organización social y hasta mejoras de las relaciones familiares y afectivas. 


La tecnología puesta al servicio de las almas que pueblan el planeta puede ser un instrumento maravilloso. Pero si tenemos en cuenta que 
para su realización esas almas necesitan de un cuerpo saludable, la pregunta que nos hacemos es porqué las grandes empresas no se ocupan de diseñar soluciones inteligentes para los humanos sin letrinas? Incluso las tecnológicas podrían desarrollar aplicativos para que la gente pueda acceder -a través de los mismos celulares- a la información básica y al know how, al conocimiento práctico de cómo resolver tan grave y desvastadora deficiencia. 

A lo que parece, ese tipo de negocios es, como lo definió un ejecutivo, un negocio de mierda, y, por lo tanto, las grandes empresa carecen de interés en el tema. Ellas están obsesionadas por un único y exclusivo objetivo: el lucro rápido y fácil. Y usan la tecnologia como una nueva arma de dominación económica, colocando a las personas a la mayor distancia posible de la conciencia, sustrayéndoles su condición espiritual y sus derechos de ciudadanos y consumidores. 

Así, mantienen a los seres humanos apenas como un engranaje de la monumental y delirante maquinaria de producción y consumo, que deriva en el engorde de las cuentas bancarias de una elite mundial, cuyos miembros disputan entre ellos un estúpido torneo para ver quien figura mejor posicionado en el ranking de los multimillonarios que publica anualmente la revista Forbes.

La obtención de jugosos lucros mediante la venta de celulares es más fácil y más rentable que la fabricación y venta de inodoros. La actualización permanente de programas y aplicativos que permite la tecnologia, las posibilidades logísticas para distribuir por todo el planeta un adminículo que cabe en la palma de la mano y el deseo de compra que estimula perversamente la publicidad otorgan una lógica preferencia a la fabricación, distribución y venta de celulares por sobre la de inodoros. Aún cuando estos últimos sirvan para preservar la vida y la salud de miles de millones de humanos. Ese dato no cuenta pues, se supone, que aún enfermos y moribundos los individuos difícilmente escaparán a la ilusión que les propicia la tenencia entre sus manos de uno de esos aparatejos.

El baño seco, la inteligencia natural
Esa fórmula mercantilista de tecnología+sofisticación+publicidad=altos lucros con que se maneja el mercado  mundial de celulares, insólitamente también llega a ser aplicada por los fabricantes de retretes. Es el caso del japónes Yoshiaki Fujimori que, según él mismo afirma, quiere ser el Steve Jobs de los inodoros. Aunque, en un mundo de más de 2.000 millones de hambrientos, puede que cueste creerlo, al igual que los iPhones, los retretes llenos de aplicaciones son codiciados en Japón. Las tapas se levantan automáticamente, los asientos se calientan y los bidés integrados facilitan el lavado. Algunos de ellos incluso pueden ser sincronizados con smartphones a través de Bluetooth para programar las preferencias de los usuarios y reproducir su música favorita en los parlantes incluidos en las tazas.



Cerca de 75% de los hogares japoneses cuenta con estos inodoros, la mayoría hechos por dos empresas: Toto, el mayor fabricante japonés de artículos para la higiene, y Lixil Corp., de la cual Fujimori es presidente ejecutivo. Los japoneses pagan hasta 3.500 dólares por un sanitário inteligente. La sofisticación banalizada hasta la imbecilidad y la ambición por la ganancia de dinero llevada al delirio.

Al igual que cualquier inodoro común, esos inodoros tan sofisticados colaboran con su "inteligencia" a la contaminación del agua. Usados por una familia de cinco personas, uno de esos inodoros -sea más o menos "inteligente"- contamina más de 150.000 litros de agua al transportar unos 250 kilos de heces y 2.500 litros de orina en un año. Luego, para recuperar parte de esas aguas llamadas oscuras deberán gastarse cifras millonarias en la instalación y funcionamiento de estaciones de tratamiento.  

Si no se están atendiendo intereses empresariales, como suele ocurrir a menudo con las campañas de la OMS, incentivar la masiva instalación de los inodoros clásicos que funcionan con agua limpia es, cuando menos, un fatal equívoco pues el denominado baño seco resulta en una alternativa varias veces más eficaz, mucho más económica, más ecológica y cuya elemental tecnología está al alcance de cualquier persona.



El baño seco es un sistema que no utiliza agua (ahorro de aproximadamente 13 litros de agua por cada vez que tiramos de la cisterna), no contamina el medio ambiente, no propicia la aparición de insectos, (moscas, mosquitos...), ni de malos olores, su costo es muy bajo (comparado con el saneamiento convencional), se adapta prácticamente a cualquier hogar (puede ser tan modesto o tan lujoso como se desee), pero siempre es un baño limpio y seguro. Esto sí, es ser un inodoro inteligente.

Este tipo de letrina puede ser construído fácilmente por cualquier persona que siga las indicaciones de alguno de los manuales que abundan en la web. Esa posibilidad y el bajo costo permite una multiplicación en gran escala de la instalación del imprescindible sanitario. Por eso, puede ser la herramienta cierta para que en el 2025 se pueda alcanzar el objetivo de acabar con la defecación al aire libre y los consecuentes males que ello acarrea. Claro, no será negocio para las grandes multinacionales pero  si las personas comienzan a asumir su responsabilidad, será un pasaporte a la vida para miles de  millones de humanos hoy reducidos a condiciones de animales salvajes.
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