"Al éxito y al fracaso, esos dos impostores,
trátalos siempre con la misma indiferencia.
-Rudyard Kipling-
* Por Miriam Subirana
En los años que llevo acompañando a la gente en su
desarrollo personal, observo que hay ciertas preguntas que nos planteamos
prácticamente todos en algún momento de nuestra vida y que prevalecen desde la
Antigüedad. Tendemos a darle vueltas a cuestiones del tipo ¿quién soy yo
realmente? o ¿cómo puedo llegar a ser yo mismo? Y a la hora de las respuestas hay una tendencia a
martirizarse, a funcionar bajo unas creencias que nos bloquean y estresan ante la posibilidad del cambio y la incertidumbre que de él deviene.
Las personas se orientan a menudo por lo que
creen que deberían ser y no por lo que son en realidad. Se vive demasiado
condicionado por los juicios de la gente y se trata de pensar, sentir y
comportarse de la manera en que los demás creen que debe hacerlo. Es como si
quisiéramos ser quienes no somos.
Occidente ha creado una sociedad competitiva en la que se aspira al éxito y la excelencia, y se tiene al fracaso como algo horroroso. Desde la infancia
aprendemos juegos de competición y somos considerados por otros como hábiles o
torpes, buenos o malos. En el colegio nos juzgan los profesores y compañeros de
clase. Sentimos la presión de tener que ser el número uno en nuestra promoción,
en el deporte, en definitiva, en nuestro ámbito. En vez de disfrutar de cada
etapa, nos centramos en procurar ganar para alcanzar el primer puesto en todo,
y esto va configurando la identidad (falsa) de cada uno.
El papel de los padres también es básico: frases como “esto
es bueno”, “no seas malo” o “esto no se hace” son típicas en el vocabulario de
los progenitores. Pero el abuso de este tipo de indicaciones puede menguar el
carácter del niño. Crecemos dando importancia a la opinión de los demás y a su
mirada, porque creemos que determinan nuestro valor en la comunidad. Una vez adentrados en
el mundo universitario y laboral, la cantidad de maneras en las que creemos que podemos "fracasar" sube en escalada.
Cada encuentro con alguien puede recordarnos algo en
lo que somos "inadecuados". Desde el estilo de ropa hasta el corte de pelo.
Alguien le dirá que se relaje y disfrute más, otro le reclamará que no trabaja
suficiente y que está desperdiciando su talento; alguno le recomendará que se
centre en la lectura o que hinque más los codos.
Por otro lado, la imagen que
proyectan los medios de comunicación también puede generar frustraciones
personales. ¿Tiene la presión normal, ha viajado suficiente, cuida a su
familia, está al día de política, su peso es el adecuado, hace suficiente
deporte, ha visto la última película más taquillera? Este tipo de cuestiones
hace sentir que cualquiera no está a la altura de las circunstancias.
Ser o no ser
El filósofo existencialista Sören Kierkegaard (1813-1855)
señalaba que la forma más profunda de desesperación es la de aquel que ha
decidido ser alguien diferente de sí. El psicoterapeuta estadounidense Carl R. Rogers
decía al respecto: “En el extremo opuesto a la desesperación se encuentra
desear ser el sí mismo que uno realmente es; en esta elección radica la
responsabilidad más profunda del ser humano”. Esa es nuestra principal tarea, todo lo demás debe ser afluente que tribute a ese río.
Cuando el individuo decide mostrar su verdadera personalidad
debe tomar consciencia de qué visión tiene de su persona. Cuando logramos tener
esa imagen realista no nos ahogamos con objetivos inalcanzables ni nos
infravaloramos con propósitos que nos empequeñecen. Para ello debemos
plantearnos metas adecuadas a nuestro carácter. Un ejemplo: el que quiere
adelgazar pero no se ve más delgado. Por mucho esfuerzo que haga, no será
duradero y volverá a ganar peso, porque sigue sin verse más flaco. Si quiere
perder peso de verdad tendrá que cambiar la imagen que tiene de sí mismo, verse en su versión más delgada y
modificar ciertos hábitos mentales y de conducta para llegar ahí, a esa imagen.
Para ser uno mismo es necesario conocerse
y ser consciente
de hasta qué punto
la imagen que uno tiene de su persona
coincide con su yo
real y auténtico.
Se trata de dejar de verse como una persona inaceptable, indigna de respeto, inútil, poco competente, sin creatividad, obligada a vivir insegura según normas ajenas. Hay que aceptar las imperfecciones. Cuando logre verse e aceptarse como alguien con fallos que no siempre actúa como quisiera, disfrutará más y se cuidará mejor.
Los epicúreos griegos reseñaban la importancia de
ejercitarse en evocar el recuerdo de los placeres pasados para protegerse mejor
de los males actuales. Sin ir tan lejos, la indagación apreciativa, un método
basado en la nueva psicología positiva que surgió en los ochenta, nos invita a
buscar las experiencias más significativas de nuestra vida, descubrirlas y
revivirlas.
Todos hemos vivido alguna historia positiva y significativa. Rescatarla del pasado y apreciarla en el presente nos dará confianza. Por otro lado, para poder ser uno mismo, uno debe conocer su núcleo vital, es decir, todo aquello que le mueve y motiva para seguir adelante. Esta esencia vital le llena de esperanza, mientras que si uno vive en sus sombras acaba desesperándose, se angustia, se apaga y se deprime. Incluso puede llegar a ser agresivo consigo mismo. Nietzsche decía al respecto: “El mal amor a uno mismo hace de la soledad una cárcel”.
Todos hemos vivido alguna historia positiva y significativa. Rescatarla del pasado y apreciarla en el presente nos dará confianza. Por otro lado, para poder ser uno mismo, uno debe conocer su núcleo vital, es decir, todo aquello que le mueve y motiva para seguir adelante. Esta esencia vital le llena de esperanza, mientras que si uno vive en sus sombras acaba desesperándose, se angustia, se apaga y se deprime. Incluso puede llegar a ser agresivo consigo mismo. Nietzsche decía al respecto: “El mal amor a uno mismo hace de la soledad una cárcel”.
Abandonar las barreras defensivas
Cuando eso ocurre, es fácil que uno se enclaustre en su
pequeño mundo, donde su percepción se vuelve borrosa porque se ha desconectado
del importante núcleo vital. Entonces vienen a la cabeza preguntas como estas:
¿qué debería hacer en esta situación, según los demás? o ¿qué esperan mis
padres, mi pareja, mis hijos o mis maestros que yo haga? En este estado se
actúa según pautas de conducta que, de alguna forma, le impone la gente que le
rodea. Esto le reprime y su capacidad creativa queda mermada. Entonces es fácil
entrar en rutinas para “quedar bien” y se dejan de explorar nuevas
posibilidades.
Cuando uno logra de nuevo conectar consigo mismo se vuelve
más creativo y las preguntas cambian: ¿cómo experimento esto?, ¿qué significa
para mí? Si me comporto de cierta manera, ¿cómo puedo llegar a darme cuenta del
significado que tendrá para mí? Es decir, por fin ha pasado de plantearse qué
estarían esperando los demás y empieza a considerar qué es lo que realmente
quiere usted.
Para ello es necesario abandonar las barreras defensivas con las que se ha enfrentado a lo largo de su vida y experimentar lo que ha estado oculto en el interior. Así podrá llegar a convertirse en una persona más abierta, desarrollará una mayor confianza en sí misma, aceptará pautas internas de evaluación, aprenderá a vivir participando del proceso dinámico y fluyente que es la vida.
“Sé tú mismo, los demás puestos ya están ocupados”.
Oscar Wilde
Para ello es necesario abandonar las barreras defensivas con las que se ha enfrentado a lo largo de su vida y experimentar lo que ha estado oculto en el interior. Así podrá llegar a convertirse en una persona más abierta, desarrollará una mayor confianza en sí misma, aceptará pautas internas de evaluación, aprenderá a vivir participando del proceso dinámico y fluyente que es la vida.
Ser uno mismo y vivir sin máscaras implica sinceridad y
autenticidad. Para el jesuita Francisco Jálics, ser auténtico es más valioso
que ser sincero: la persona sincera dice lo que piensa; la auténtica, en
cambio, lo que efectivamente siente.
Para ser uno mismo hay que ser soberano de la propia
personalidad, es decir, plenamente autónomo y completamente propio. Para ello,
además de quitarse las máscaras, debe deshacerse de los malos hábitos y de las
opiniones falsas. Debe desaprender.
Los filósofos de la Antigüedad aconsejaban incorporar las siguientes prácticas para lograr esta independencia mental:
Los filósofos de la Antigüedad aconsejaban incorporar las siguientes prácticas para lograr esta independencia mental:
- encender la luz de la razón y explorar todos los rincones del alma
- filosofar
- dedicar tiempo para ocuparse de sí mismo
- prestar atención a cada una de nuestras necesidades
- evitar las faltas o los peligros
- establecer relaciones consigo mismo
- adquirir el coraje que le permitirá combatir las adversidades
- cuidarse de manera que uno se cure
- convertir estos ejercicios mentales en una forma de vida.
*Miriam Subirana es conferenciante, coach, escritora, artista. Formadora en Indagación Apreciativa.
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